Para estas oposiciones el Ministerio de Educación había cambiado las reglas del juego. Como escribí en mi entrada anterior, el nuevo modelo de acceso aprobado en junio de 1993 instauraba un sistema eliminatorio que incluiría tres fases: una prueba teórica, una prueba práctica y una encerrona en la que el opositor debía desarrollar un tema en 45 minutos y dedicar 10 o 15 minutos a la exposición de una unidad didáctica relativa a ese tema. El temario era el actual de 72 temas y se sacaban dos bolas, pero había otro temario de 14 temas de legislación LOGSE del que se extraía una sola bola. Se daban cuatro horas para completar ese examen teórico. El ejercicio práctico era organizado por cada comunidad autónoma como desease, pero atención, para entonces sólo tenían competencias Andalucía, Cataluña, Galicia y la CAV. Todas las demás provincias formaban parte todavía del llamado “territorio MEC” y por tanto, compartían modelo de acceso y también currículo. Además, si te presentabas en cualquier comunidad del territorio MEC la nota te valía para pedir la interinidad en cualquier otra provincia MEC, con lo que te podías presentar por Madrid y pedir la interinidad para Zaragoza.
Los modelos de acceso de Andalucía y el territorio MEC tenían diferencias muy importantes. En Andalucía las listas de interinos estaban blindadas. Se exigía a los interinos presentarse para mantener su puesto en la lista (como hoy), pero no estaban obligados a aprobar. En territorio MEC se cambió la norma y se dispuso que las listas de interinos se ordenarían por bloques tras cada oposición (un sistema parecido al instaurado por Madrid este año). Estarían en el bloque A quienes aprobaran todos los ejercicios (encerrona incluida), en el B quienes aprobasen todos los ejercicios menos la encerrona, en el C quienes aprobasen el tema teórico y en el D quienes no aprobasen ningún ejercicio. Para trabajar con vacante había que estar en el grupo A. Para tener interinidades temporales había que estar en el B. Los del grupo D no trabajarían. Eso quería decir que para garantizarme la plaza de interino tenía que aprobar todos los ejercicios, encerrona incluida. La única manera de ir con garantías era llevar todos los temas y a eso me consagré.
Para obtener la plaza sin embargo, los interinos si tenían ventajas porque la nota se daba por provincias por parte de una comisión (y no por los tribunales) y además la nota final se calculaba con el 66% de la nota y el 33% la antigüedad con lo que una persona con el tope de antigüedad de diez años (y había muchísimos) tenían 3,3 puntos más que yo en la oposición. Es decir, obtener la plaza era casi imposible en territorio MEC. Mis esperanzas pasaban por obtener la interinidad o que convocasen muchísimas plazas.
Para obtener la plaza, sin embargo, era más fácil hacerlo en Andalucía porque en esta comunidad las plazas eran dadas directamente por cada tribunal y además los interinos no contaban con ninguna ayuda (les daba igual porque tenían las listas de interinidades blindadas).
Puestas así las cosas, todos esperamos conteniendo el aliento el número de plazas que el MEC y las comunidades autónomas sacarían. En marzo se despejó la incógnita. En Madrid convocaban 6 plazas de Lengua para casi cuatro mil opositores: ¡Una plaza para cada 1.500 opositores! ¡Y además luchando con gente con muchos puntos. Era imposible. Así que como Extremadura convocó 12 plazas, decidí presentarme por esa comunidad autónoma. La interinidad la pediría en Madrid. Andalucía convocó también pocas plazas, pero tenía la ventaja de que los puntos de antigüedad no contaban como ya he dicho. Así que decidí presentarme por ambas comunidades y confiar en que no coincidiesen los días de exámenes.
Al estudiar las bases de Andalucía vi que el primer ejercicio era el práctico, que incluía un comentario lingüístico y un comentario filológico literario. Yo no había hecho un comentario filológico en mi vida salvo algunos pobres ejercicios de morfología histórica en la universidad, así que me tocó prepararme esa parte. En el territorio MEC el práctico era un comentario lingüístico y otro literario. No había prueba filológica. Mejor, pensé. De todas formas, en la universidad sólo había hecho comentarios con Marcos Marín. Afortunadamente sus dos cursos de Semántica (que elegí con muy pocos compañeros más porque era la optativa más difícil) resultaron de gran ayuda. Recurrí también a mi amigo Jesús Felipe Martínez, una de las personas más cultas y leídas que yo he conocido en mi vida, que se brindó gentilmente a echarme un cable. Yo elegía los textos y realizaba los comentarios. También redactaba algún examen sobre algún tema. Luego iba a su casa en la calle Arrieta cada dos o tres semanas y se los leía. Él me hacía siempre útiles recomendaciones y luego remataba sus clases con una sesión de cervezas en la cafetería del hotel Ópera justo frente al teatro Real. Así, entre cañas y amistad fui mejorando en esta faceta poco a poco.
De aquella oposición recuerdo muchas cosas. Elegí como provincia Cádiz porque me gusta el sol y el mar y desde que había descubierto Conil en 1984 me pareció la provincia más bonita de España. Para dejar Madrid y convertirme en emigrante siempre pensé que mi destino debía estar en Cádiz. Pero elegí para dormir el Puerto de Santa María y no Cádiz (que hubiera sido lo lógico) por su nombre que me pareció sonoro y me dio un pálpito positivo. Un sitio con un nombre así de bonito tenía que ser bueno para mí. Yo siempre me he guiado mucho por los nombres de los sitios para visitarlos y casi siempre he acertado. No me equivocaba tampoco ahora. Ese amor por el Puerto acabaría haciendo que acabase viviendo allí, que allí naciera mi hija mayor y que hoy día trabaje allí. Aquella elección basada en el nombre de la localidad cambió el curso de mi vida.
La oposición por otro lado fue muy extraña desde el principio. Recuerdo el acto de presentación un viernes. Una locura. Casi trescientas personas en el tribunal para seis o siete plazas. Recuerdo estudiar el sábado en una biblioteca cercana a la Puntilla siendo capaz con mi método de repasar el temario en un día con mucho esfuerzo y tensión esperando con ilusión que los textos y las bolas me favorecieran. Recuerdo también que el examen fue en el Columela, creo que un domingo. Un día espléndido. Me quedé asombrado porque los interinos iban totalmente relajados con sus bañadores, sus pareos y sus pamelas para firmar el ejercicio. Me dio una rabia infinita. Yo llevaba estudiando casi cuarenta horas semanales (además de trabajar) desde octubre. Y ellos, solo por haber nacido en los años cincuenta tenían derecho a reírse y bromear mientras los jóvenes nos mordíamos las uñas.
El texto lingüístico fue un fragmento del Ahogado más hermoso del mundo de García Márquez y el filológico-literario fue una poesía de cancionero cuyo autor no identifiqué entonces. Creo que era un villancico. Me salieron bien.
El mismo domingo al acabar el ejercicio salí escopetado para Cáceres. Me acompañaba en mi Volkswagen Passat de segunda mano un opositor que había conocido en Cádiz y que no tenía coche. Le ofrecí una plaza en el mío. Le llamaremos Manuel (no recuerdo si se llamaba así). Era un tipo rarísimo. Con casi treinta años me pareció que tenía muy poca autonomía personal por lo que se pasaba el día hablando por teléfono desde las cabinas con su padre para pedirle consejos sobre las cuestiones más baladíes. Se ahogaba en un vaso de agua. Era funcionario en Ceuta y el presidente del club de fans de Police, creo recordar. Sólo llevaba unos pantalones grises y una camisa gris por todo equipaje en una raída bolsa. Ni desodorante llevaba. Tuve con él varias anécdotas divertidas porque era todo un personaje. Os pongo solo una. Un día al entrar en mi habitación me lo encontré poniendose mi propia ropa y echándose mi desodorante, lo que obviamente le recriminé. En fin… Manuel era tan raro que acabé discutiendo con él porque cuando le llevé en el coche a Cáceres me dijo (tras llamar a su padre desde la cabina de una gasolinera) que le estaba engañando con las cuentas de la gasolina pues no podía ser que el gasto del depósito ascendiera a la cantidad que le había dicho. Lo mismo su padre se pensaba que Cáceres estaba según se salía de Cádiz a la derecha… Discutimos. Le tenía que haber dejado plantado en mitad de la carretera, pero tuve la deferencia de acercarle hasta la entrada de Cáceres y tras no aceptarle ya ningún dinero, le dije que se bajase del coche y que no volviese a hablarme si nos veíamos porque no quería saber nada de él. Manuel se bajó con su bolsita de playa y se fue con viento fresco.
Yo no tenía hotel reservado y tuve que alojarme al final ese domingo en un sitio rarísimo de las afueras. Cáceres estaba ese día lleno de opositores y no había ya plazas de hotel. Yo no había tomado la precaución de reservar. Acabé en una casa de citas. Increíble pero cierto. El hotel, con habitaciones muy sensuales, estaba diseñado para que las parejitas cacereñas de un cierto nivel adquisitivo tuvieran un sitio donde intimar. La clientela era variopinta. O parejas amarteladas besándose en el restaurante u opositores como yo comiendo bocadillos en la barra con sus apuntes al lado.
Al día siguiente, de la casa de citas llegué al examen. No recuerdo bien cómo fue aquello. Sí que hice el tema 14 porque cayeron el 14 y el 16. Mala suerte. Mis favoritos eran los de literatura. También recuerdo otra anécdota interesante. Rodríguez Adrados apareció allí con su hija y la recomendó al tribunal con toda su santa cara delante de los demás opositores. Yo me quedé asombrado de su poca vergüenza.
Nada más acabar en Cáceres volví a Cádiz pues ya publicaban las notas. Manuel me ofreció veinticinco mil pesetas si le llevaba a Cádiz en mi coche. Me reí en su cara y le mandé donde todos os podéis imaginar. “Ni por un millón de pesetas te llevaba” le dije delante de otros opositores a los que luego les expliqué todo lo ocurrido entre nosotros. Lo peor fue que al llegar a Cádiz (él supongo que iría en taxi gastándose un pastón) me encontré con que él (que por mis conversaciones yo veía que sabía menos que yo) había aprobado mientras que yo había suspendido. Solo había doce o trece aprobados de más de cien que habíamos hecho el examen (los interinos se habían ido nada más firmar). Me quedé helado. El examen del tema era dos días después, pero yo no lo iba a realizar. Le pregunté a la gente del tribunal qué error había cometido y no me hicieron caso alguno. Me dijeron que probablemente había puesto algún tachón y que ya solo por eso suspendían a la gente. ¿Por un tachón? Es verdad que yo era un poco sucio, pero de ahí a suspenderme por eso… No me lo podía creer.
Volví a Cáceres sin detenerme a ver la sonrisa malévola de Manuel. Mi estado de ánimo no era bueno. Había perdido confianza en mí mismo. ¿Habría hecho mal el comentario? ¿No serviría para las oposiciones? ¿Siempre habría gente mejor que yo?
Allí sí había aprobado y mi nota era la tercera del tribunal, pero con la mala suerte de que mi tribunal había puntuado muy bajo (yo tenía un 6.85y la máxima era un 7). Sin embargo, en el otro tribunal había cinco dieces y varios nueves. Como las notas eran provinciales, ya no tenía nada que hacer para obtener la plaza. Hice la encerrona y me volvieron a caer temas de lengua (me parece que hice el 16). Mala suerte. Hice la encerrona bien, pero sin la alegría de pensar que optaba a una plaza. Cumplí el expediente aceptablemente.
Consciente de que había aprobado y seguiría trabajando, pero algo hundido por haber suspendido el examen de Cádiz, volví a Madrid y me relajé. Había que descansar. Me merecía unas vacaciones porque además del esfuerzo había tenido mucha mala suerte con los temas de Cáceres y con el hecho de que además el otro tribunal había puntuado muy alto, Solo quería descansar y salir por ahí a que me diera el aire, así que escondí mis apuntes y me dediqué a quemar la noche de Madrid.
La sorpresa se produjo dos semanas después. Eras las cinco de la tarde de un domingo cuando recibí la llamada del presidente del tribunal de Cádiz. Habían equivocado mi nota con la de Manuel en el ejercicio práctico. Yo tenía la segunda mejor nota del comentario y él había suspendido. Increíble. Pero cierto otra vez. El tipo se disculpó y me dijo que tenía que presentarme sí o sí para hacer el examen del tema al día siguiente en Cádiz a las ocho de la mañana y acto seguido hacer mi encerrona si aprobaba porque ya todos los demás habían realizado su encerrona y solo quedaba yo. Tenían todo el proceso paralizado. Cuando me quejé de lo ocurrido me dijo: “por lo menos he sido honrado y te llamo, porque me podía haber callado y ni te hubieras enterado”.
Y así fue como cogí mi coche y aparecí en el Puerto a las dos de la mañana. Tenía que hacer el examen a las ocho y a las doce la encerrona si aprobaba. Me saqué yo mis propias bolas. Una fue de lengua (no la recuerdo) y la otra era el tema 61. Me lancé a por él. La renovación de la lírica. No era de los mejores míos y además había olvidado muchas fechas de libros porque había dejado de repasar hacía casi tres semanas. Aún así hice un ejercicio digno y me aprobaron. Pasé a la encerrona. Ni recuerdo el tema que hice, pues andaba un poco aturdido. Si me acuerdo que el presidente me pidió para quedársela mi unidad didáctica (yo llevaba todas imprimidas). No me hizo gracia que encima se aprovechase así de mi trabajo pero no me podía negar cuando las notas áun no estaban puestas. Al cabo de media hora salieron las notas. Tenía un cinco pelado en el tema y no había aprobado la encerrona. Me dio mucha rabia. Todo el viaje para nada… Poco a poco me fui convenciendo de que probablemente cuando yo llegué allí ya tenían las plazas adjudicadas. Pero algo había pasado por lo que no podían cerrar el proceso sin mi presencia. Y así fue todo. Una pena y una mala suerte, pensé yo.
Volví a Madrid con un sentimiento agridulce. Por un lado estaba seguro que de no haberse equivocado, yo hubiera obtenido la plaza. No había competido en condiciones de igualdad con mis competidores. Llevaba tres semanas sin estudiar cuando hice el examen. Era injusto todo. Pero también tenía otra cosa clara: si yo había sido en realidad la segunda mejor nota del tri¡bunal en el comentario, más tarde o más termprano conseguiría mi objetivo.
Había que seguir luchando. Y yo otra cosa no tendré, pero paciencia, fe y constancia me han sobrado siempre. Lo conseguiría. Como fuese.