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¡Ponte a prueba! 6/2024 (Solución)

Oposiciones Lengua Castellana

Esta semana es muy particular porque tenemos el Día de Todos los Santos el miércoles. Puede ser un buen día para aprovechar y avanzar un poco más en la preparación o bien para tomarnos un día de descanso. Nosotros, como todos los lunes, comenzamos la semana publicando la solución de nuestro ¡Ponte a prueba! el acertijo con el que acompañamos a las aguerridas personas que preparan la siempre difícil prueba de comentario de texto de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura en su prueba más dificultosa y decisiva: la del comentario de texto. Sin ir más lejos, el sábado pasado fueron las oposiciones de Lengua en la Comunidad Autónoma del País Vasco y, con toda seguridad, la acertada contestación a los dos textos que cayeron van a ser la puerta hacia la plaza.

Este fin de semana anunciamos que el texto era un clásico contemporáneo y efectivamente así era. Se trataba de un texto, además, que ha sido lectura obligatoria de Selectividad durante varios años. Y como siempre, nuestros seguidores han dado en el clavo al reconocer el texto. Por un lado, Eva López Santuy acertaba al aventurar que el protagonista era el marqués de Bradomín y Lydia P García hacía pleno al asegurar la obra y la autoría. ¡Enhorabuena a ambas ellas y ojalá que el día D tengan la misma suerte!

Y es que, efectivamente, se trataba del encuentro que, tras años sin verse, tiene el marqués de Bradomín (ese «don Juan feo, católico y sentimental») con su antiguo amor, Concha, mujer moribunda. Se trata de la Sonata de Otoño (1902), una magnífica obra del periodo modernista de Valle (1866-1936), con influencias del decadentismo.

Sonata de Otoño de Valle Inclán

Y nada más por hoy, volveremos mañana con nuestro artículo de fondo, que en esta ocasión tratará de las últimas oposiciones vascas y catalanas.

Feliz semana de estudio.
Saludos y ánimo.

Yo la dije en voz baja:
-¡Déjame ser tu azafata!
Concha soltó su mano de entre las mías:
-¡Qué locuras se te ocurren!
-No tal. ¿Dónde están tus vestidos?
Concha se sonrió como hacen las madres con los caprichos de sus hijos pequeños:
-No sé dónde están.
-Vamos, dímelo…
-¡Si no sé!
Y al mismo tiempo, con un movimiento gracioso de los ojos y de los labios me indicó un gran armario de roble que había a los pies de su cama. Tenía la llave puesta, y lo abrí. Se exhalaba del armario una fragancia delicada y antigua. En el fondo estaban los vestidos que Concha llevara puestos aquel día:
-¿Son estos?
-Sí… Ese ropón blanco nada más.
-¿No tendrás frío?
-No.
Descolgué aquella túnica, que aún parecía conservar cierta tibia fragancia, y Concha murmuró ruborosa:
-¡Qué caprichos tienes!
Sacó los pies fuera de la cama, los pies blancos, infantiles, casi frágiles, donde las venas azules trazaban ideales caminos a los besos. Tuvo un ligero estremecimiento al hundirlos en las babuchas de marta, y dijo con extraña dulzura:
-Abre ahora esa caja larga. Escógeme unas medias de seda.
Escogí unas medias de seda negra, que tenían bordadas ligeras flechas color malva:
-¿Estas?
-Sí, las que tú quieras.
Para ponérselas me arrodillé sobre la piel de tigre que había delante de su cama. Concha protestó:
-¡Levántate! No quiero verte así.
Yo sonreía sin hacerle caso. Sus pies quisieron huir de entre mis manos. ¡Pobres pies, que no pude menos de besar! Concha se estremecía y exclamaba como encantada:
-¡Eres siempre el mismo! ¡Siempre!
Después de las medias de seda negra, le puse las ligas, también de seda, dos lazos blancos con broches de oro. Yo la vestía con el cuidado religioso y amante que visten las señoras devotas a las imágenes de que son camaristas. Cuando mis manos trémulas anudaron bajo su barbeta delicada, redonda y pálida, los cordones de aquella túnica blanca que parecía un hábito monacal, Concha se puso en pie, apoyándose en mis hombros. Anduvo lentamente hacia el tocador, con ese andar de fantasma que tienen algunas mujeres enfermas, y mirándose en la luna del espejo, se arregló el cabello:
-¡Qué pálida estoy! ¡Ya has visto, no tengo más que la piel y los huesos!
Yo protesté:
-¡No he visto nada de eso, Concha!
Ella sonrió sin alegría.
-¡La verdad, cómo me encuentras?
-Antes eras la princesa del sol. Ahora eres la princesa de la luna.
-¡Qué embustero!