Llegamos al último lunes de noviembre y como siempre, aquí estamos con la solución de nuestro ¡Ponte a prueba!, el amable acertijo que quiere servir de banco de pruebas a las abnegadas y valientes personas que preparan la prueba del comentario de texto de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura desde 2015.
Como señalábamos el viernes, este texto bien podría aparecer en las próximas oposiciones de Lengua en la que se dé la prueba del comentario. De hecho, en los últimos cuatro años, su autora ha sido seleccionada con diferentes obras en varios de los procesos selectivos. Así pues, resulta muy conveniente que leamos sus obras y nos familiaricemos con sus temas, personajes, ambientes y estilo, de forma que podamos reconocerlos el día D si se da el caso. Hay que recordar que es la mejor escritora del siglo XIX, con importantísimas novelas y más de seiscientos cuentos en su haber. Como siempre, hemos tenido acertantes.
Y así, Eva López Santuy ha reconocido la condición femenina de la autora y ha situado su obra en los inicios del siglo XX. Sara Piélagos Martín se ha acercado más en lo referente a la época, pues con razonamientos muy correctos, sitúa la obra a finales del siglo XIX. ¡Enhorabuena a ambas y ojalá que el día D tengan la misma suerte!
Y es que efectivamente se trataba de un fragmento del interesante cuento “El indulto”, incluido en su libro de relatos Cuentos de Marineda (1892) en el que una mujer maltratada recibe con terror la noticia de que su marido (que ya mató a su madre) ha sido indultado. Cuento terrible, como otros de la autora, la simpar Emilia Pardo Bazán (1851-1921) que vuelve a mostrar la triste situación de la mujer en aquellos años. Es también interesante recordar, para reconocerlo si fuera el caso, que Marineda es la representación literaria que la autora hace de Coruña (del mismo modo que Vetusta es Oviedo).
Y nada más por hoy. Mañana volveremos, como siempre, con nuestra entrada de fondo.
No creería de seguro el rey, cuando vestido de capitán general y con el pecho cargado de condecoraciones daba la mano ante el ara a una princesa, que aquel acto solemne costaba amarguras sin cuenta a una pobre asistenta, en lejana capital de provincia. Así que Antonia supo que había recaído indulto en su esposo, no pronunció palabra, y la vieron las vecinas sentada en el umbral de la puerta, con las manos cruzadas, la cabeza caída sobre el pecho, mientras el niño, alzando su cara triste de criatura enfermiza, gimoteaba:
-Mi madre… ¡Caliénteme la sopa, por Dios, que tengo hambre!
El coro benévolo y cacareador de las vecinas rodeó a Antonia. Algunas se dedicaron a arreglar la comida del niño; otras animaban a la madre del mejor modo que sabían. ¡Era bien tonta en afligirse así! ¡Ave María Purísima! ¡No parece sino que aquel hombrón no tenía más que llegar y matarla! Había Gobierno, gracias a Dios, y Audiencia y serenos; se podía acudir a los celadores, al alcalde…
-¡Qué alcalde! -decía ella con hosca mirada y apagado acento.
-O al gobernador, o al regente, o al jefe de municipales. Había que ir a un abogado, saber lo que dispone la ley…
Una buena moza, casada con un guardia civil, ofreció enviar a su marido para que le «metiese un miedo» al picarón; otra, resuelta y morena, se brindó a quedarse todas las noches a dormir en casa de la asistenta. En suma, tales y tantas fueron las muestras de interés de la vecindad, que Antonia se resolvió a intentar algo, y sin levantar la sesión, acordóse consultar a un jurisperito, a ver qué recetaba.
Cuando Antonia volvió de la consulta, más pálida que de costumbre, de cada tenducho y de cada cuarto bajo salían mujeres en pelo a preguntarle noticias, y se oían exclamaciones de horror. ¡La ley, en vez de protegerla, obligaba a la hija de la víctima a vivir bajo el mismo techo, maritalmente con el asesino!
-¡Qué leyes, divino Señor de los cielos! ¡Así los bribones que las hacen las aguantaran! -clamaba indignado el coro-. ¿Y no habrá algún remedio, mujer, no habrá algún remedio?
-Dice que nos podemos separar… después de una cosa que le llaman divorcio.
-¿Y qué es divorcio, mujer?
-Un pleito muy largo.
Todas dejaron caer los brazos con desaliento: los pleitos no se acaban nunca, y peor aún si se acaban, porque los pierde siempre el inocente y el pobre.
-Y para eso -añadió la asistenta- tenía yo que probar antes que mi marido me daba mal trato.
-¡Aquí de Dios! ¿Pues aquel tigre no le había matado a la madre? ¿Eso no era mal trato? ¿Eh? ¿Y no sabían hasta los gatos que la tenía amenazada con matarla también?
-Pero como nadie lo oyó… Dice el abogado que se quieren pruebas claras…