Comenzamos hoy una semana en la que hay que conjugar el estudio de las oposiciones con los exámenes, las correcciones y las sesiones de evaluación. Para nosotros es una semana en la que dedicaremos nuestros esfuerzos al comentario pragmático y la secuencia de actividades de las unidades didácticas y las situaciones de aprendizaje. Pero hoy es lunes y eso quiere decir que publicamos, como siempre desde hace nueve años, el ¡Ponte a prueba!, el acertijo con el que queremos acompañar a las nobles y abnegadas personas que preparan las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura en su siempre temida prueba de comentario de texto.
El texto elegido para esta semana era un hermoso relato que, a menudo, hemos visto en libros de texto y en antologías de cuentos. Es a la vez un relato inconfundible. Y por ello, nuestros seguidores han mostrado, como siempre, su bagaje literario reconociendo al obra. Así, tanto Eva López Santuy, como María Pilar Carbonero Muñoz, Uli Vera, Laura Cancio Menéndez y Lydia P García han reconocido sin dudar el texto, identificando su título y autor. ¡Enhorabuena a todas ellas y ojalá que el día D tengan la misma suerte!
Y es que, efectivamente, se trataba de un fragmento del hermoso e inolvidable cuento de Leopoldo Alas “Clarín” (1852-1901), titulado “Adiós, Cordera”, incluido en El Señor y lo demás, son cuentos (se supone que publicado en 1893).
Y nada más por hoy. Mañana volveremos con nuestra entrada de fondo, dedicada al Diseño Universal de Aprendizaje y su influencia en las oposiciones, que es el tema que trabajamos la semana pasada siguiendo el calendario de nuestro Curso Unidad 2024.
El viernes, al oscurecer, fue la despedida. Vino un encargado del rematante de Castilla por la res. Pagó; bebieron un trago Antón y el comisionado, y se sacó a la quintana la Cordera. Antón había apurado la botella; estaba exaltado; el peso del dinero en el bolsillo le animaba también. Quería aturdirse. Hablaba mucho, alababa las excelencias de la vaca. El otro sonreía, porque las alabanzas de Antón eran impertinentes. ¿Que daba la res tanto y tantos xarros de leche? ¿Que era noble en el yugo, fuerte con la carga? ¿Y qué, si dentro de pocos días había de estar reducida a chuletas y otros bocados suculentos? Antón no quería imaginar esto; se la figuraba viva, trabajando, sirviendo a otro labrador, olvidada de él y de sus hijos, pero viva, feliz… Pinín y Rosa, sentados sobre el montón de cucho , recuerdo para ellos sentimental de la Cordera y de los propios afanes, unidos por las manos, miraban al enemigo con ojos de espanto. En el supremo instante se arrojaron sobre su amiga; besos, abrazos: hubo de todo. No podían separarse de ella. Antón, agotada de pronto la excitación del vino, cayó como en un marasmo; cruzó los brazos, y entró en el corral obscuro. Los hijos siguieron un buen trecho por la calleja, de altos setos, el triste grupo del indiferente comisionado y la Cordera, que iba de mala gana con un desconocido y a tales horas. Por fin, hubo que separarse. Antón malhumorado, clamaba desde casa:
—¡Bah, bah, neños, acá vos digo; basta de pamemes! —así gritaba de lejos el padre, con voz de lágrimas.