Hoy es viernes 24 de noviembre y, por tanto, el día en que tenemos nuestra cita desde 2015 con nuestro ¡Ponte a prueba!, el reto amable con el queremos servir de piedra de toque a las personas abnegadas y constantes que preparan la prueba de comentario de texto de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura para asomarse a la situación que podrán vivir el propio día D. Este acertijo, como siempre, está abierto a todas las personas de ambos hemisferios que aman nuestra lengua y su inmortal literatura.
El texto de la semana
Y hoy traemos un texto estremecedor y que muy bien podría aparecer en las próximas oposiciones, pues trata un tema de absoluta actualidad y, de hecho, textos similares ya han aparecido en los últimos años, por lo que habrá que prestar atención a la solución del mismo. Hay que indicar que el texto es más largo que en otras ocasiones porque, últimamente, ha habido convocatorias, como la andaluza de este año, en la que los textos han sido larguísimos. No es lo adecuado, pero es posible y tenemos que contar con ello. Como siempre, se trata de reconocer el texto e incluso situarlo dentro de la obra a la que pertenece. Si eso no nos es posible, el texto nos puede dar pistas para adscribirlo razonadamente a su época, su género y su movimiento literario y organizar a partir de estos elementos nuestro comentario.
¿Cómo participar?
Siempre se participa igual en nuestro reto. Hay que escribir comentarios en la página de Facebook de opolengua.com (no en la mía personal) hasta el domingo por la noche. Las normas para participar en el reto son: escribir los comentarios propios sin leer los anteriores y no consultar internet para resolver el enigma, pues el día D no tendremos más apoyo que nuestro propio acervo. Como siempre, publicaremos la solución del reto y la lista de acertantes el lunes.
Y nada más por hoy. Saludos y ánimo.
No creería de seguro el rey, cuando vestido de capitán general y con el pecho cargado de condecoraciones daba la mano ante el ara a una princesa, que aquel acto solemne costaba amarguras sin cuenta a una pobre asistenta, en lejana capital de provincia. Así que Antonia supo que había recaído indulto en su esposo, no pronunció palabra, y la vieron las vecinas sentada en el umbral de la puerta, con las manos cruzadas, la cabeza caída sobre el pecho, mientras el niño, alzando su cara triste de criatura enfermiza, gimoteaba:
-Mi madre… ¡Caliénteme la sopa, por Dios, que tengo hambre!
El coro benévolo y cacareador de las vecinas rodeó a Antonia. Algunas se dedicaron a arreglar la comida del niño; otras animaban a la madre del mejor modo que sabían. ¡Era bien tonta en afligirse así! ¡Ave María Purísima! ¡No parece sino que aquel hombrón no tenía más que llegar y matarla! Había Gobierno, gracias a Dios, y Audiencia y serenos; se podía acudir a los celadores, al alcalde…
-¡Qué alcalde! -decía ella con hosca mirada y apagado acento.
-O al gobernador, o al regente, o al jefe de municipales. Había que ir a un abogado, saber lo que dispone la ley…
Una buena moza, casada con un guardia civil, ofreció enviar a su marido para que le «metiese un miedo» al picarón; otra, resuelta y morena, se brindó a quedarse todas las noches a dormir en casa de la asistenta. En suma, tales y tantas fueron las muestras de interés de la vecindad, que Antonia se resolvió a intentar algo, y sin levantar la sesión, acordóse consultar a un jurisperito, a ver qué recetaba.
Cuando Antonia volvió de la consulta, más pálida que de costumbre, de cada tenducho y de cada cuarto bajo salían mujeres en pelo a preguntarle noticias, y se oían exclamaciones de horror. ¡La ley, en vez de protegerla, obligaba a la hija de la víctima a vivir bajo el mismo techo, maritalmente con el asesino!
-¡Qué leyes, divino Señor de los cielos! ¡Así los bribones que las hacen las aguantaran! -clamaba indignado el coro-. ¿Y no habrá algún remedio, mujer, no habrá algún remedio?
-Dice que nos podemos separar… después de una cosa que le llaman divorcio.
-¿Y qué es divorcio, mujer?
-Un pleito muy largo.
Todas dejaron caer los brazos con desaliento: los pleitos no se acaban nunca, y peor aún si se acaban, porque los pierde siempre el inocente y el pobre.
-Y para eso -añadió la asistenta- tenía yo que probar antes que mi marido me daba mal trato.
-¡Aquí de Dios! ¿Pues aquel tigre no le había matado a la madre? ¿Eso no era mal trato? ¿Eh? ¿Y no sabían hasta los gatos que la tenía amenazada con matarla también?
-Pero como nadie lo oyó… Dice el abogado que se quieren pruebas claras…