Se va acercando el final de febrero y seguimos a rumbo directo hacia las oposiciones de junio. Ha sido otra semana de duro trabajo. Pero hoy es nuevamente viernes y por ello es el día en que nosotros tenemos nuestra ineludible cita con nuestro amable y sencillo acertijo, el ¡Ponte a prueba!, reto con el que intentamos apoyar en su dura travesía a los nobles navegantes de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura en su prueba de comentario. Como siempre decimos, pueden participar en el acertijo todas las personas de ambos hemisferios que aman nuestra lengua y literatura.
La propuesta de la semana: un texto interesante
Hoy planteamos, como siempre, un texto que podríamos encontrarnos en las oposiciones de Lengua de 2024 o 2025. Por su género, no se trata del tipo de texto más habitual, pero su elección para las oposiciones podría producirse por su importancia. Como siempre se trata de dar con las claves que nos permitirían orientar nuestro comentario; es decir, debemos intentar reconocer la obra y su autoría y, si ello no es posible, adscribir el texto razonadamente a una época, un género y un movimiento literario.
¿Cómo participar?
Participar es tan útil como sencillo, pues se hace escribiendo un comentario en la página de Facebook de opolengua.com hasta el domingo por la noche. La norma del acertijo es no consultar internet para resolver el enigma, para que todo sea como el día D, cuando no podremos usar más que nuestro bagaje literario y cultural. Como siempre también, nosotros publicaremos la solución del reto y la lista de acertantes el lunes.
Y nada más por hoy. Feliz fin de semana. Saludos y ánimo.
A mi juicio, lo característico del arte nuevo, «desde el punto de vista sociológico», es que divide al público en estas dos clases de hombres: los que lo entienden y los que no lo entienden. Esto implica que los unos poseen un órgano de comprensión negado, por tanto, a los otros; que son dos variedades distintas de la especie humana. El arte nuevo, por lo visto, no es para todo el mundo, como el romántico, sino que va desde luego dirigido a una minoría especialmente dotada. Cuando a uno no le gusta una obra de arte, pero la ha comprendido, se siente superior a ella y no ha lugar a la irritación. Mas cuando el disgusto que la obra causa nace de que no se la ha entendido, queda el hombre como humillado, con una oscura conciencia de su inferioridad, que necesita compensar mediante la indignada afirmación de sí mismo frente a la obra. El arte joven, con sólo presentarse, obliga al buen burgués a sentirse tal y como es: buen burgués, ente incapaz de sacramentos artísticos, ciego y sordo a toda belleza pura. Ahora bien, esto no puede hacerse impunemente después de cien años de halago omnímodo a la masa y apoteosis del «pueblo». Habituada a predominar en todo, la masa se siente ofendida en sus «derechos del hombre» por el arte nuevo, que es un arte de privilegio, de nobleza de nervios, de aristocracia instintiva. Dondequiera que las jóvenes musas se presentan la masa las cocea.
Durante siglo y medio el «pueblo», la masa, ha pretendido ser toda la sociedad. La música de Strawinsky o el drama de Pirandello tienen la eficacia sociológica de obligarle a reconocerse como lo que es, como «sólo pueblo», mero ingrediente, entre otros, de la estructura social, inerte materia del proceso histórico, factor secundario del cosmos espiritual. Por otra parte, el arte joven contribuye también a que los «mejores» se conozcan y reconozcan entre el gris de la muchedumbre y aprendan su misión, que consiste en ser pocos y tener que combatir contra los muchos.
Se acerca el tiempo en que la sociedad, desde la política al arte, volverá a organizarse, según es debido, en dos órdenes o rangos: el de los hombres egregios y el de los hombres vulgares. Todo el malestar de Europa vendrá a desembocar y curarse en esta nueva y salvadora escisión. La unidad indiferenciada, caótica, informe, sin arquitectura anatómica, sin disciplina regente en que se ha vivido por espacio de ciento cincuenta años no puede continuar. Bajo toda la vida contemporánea late una injusticia profunda e irritante: el falso supuesto de la igualdad real entre los hombres. Cada paso que damos entre ellos nos muestra tan evidentemente lo contrario que cada paso es un tropezón doloroso.