Finalizamos otra fructífera semana de trabajo y se abre el horizonte del fin de semana. Y como todos los viernes, nosotros volvemos con nuestro ¡Ponte a prueba!, que es una forma rápida, sencilla y relajada de comprobar nuestra preparación para la prueba de comentario de texto de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura. Como siempre, nuestro amable reto está abierto a todas las personas que aman nuestra lengua común y su magnífica literatura.
La propuesta de la semana: un texto posible
Hoy proponemos un texto que sigue un género que ha aparecido con frecuencia en las últimas convocatorias y por ello este acertijo de hoy debe servir para que prestemos atención al mismo, pues su aparición en próximas oposiciones de Lengua no solo no está descartada, sino que es muy posible. Reconocer la obra y su autoría seguramente será muy difícil, pero en este caso podremos hacer un gran comentario si lo adscribimos a su género discursivo, su época y su movimiento literario.
¿Por qué y cómo participar?
Siempre animamos a participar porque eso nos sitúa en un plano de implicación emocional superior al del simple lector y, por ello, nos acerca a las sensaciones reales que tendremos el mismo día D. Y para hacerlo, tan solo hay que escribir un comentario en la página de Facebook de opolengua.com hasta el domingo por la noche. El reto solo tiene una norma: no se puede consultar Internet, pues así nos enfrentamos al reto en las mismas condiciones que tendremos el día D, sin más apoyo que nuestra propia competencia literaria. Como siempre también, nosotros publicaremos la solución del reto y la lista de acertantes el lunes.
Y nada más por hoy. Feliz fin de semana. Saludos y ánimo.
Majestades,
Autoridades,
Amigas y amigos,
He tenido la suerte en mi vida, entre tantas otras como la que aquí me trae esta mañana, que es sin duda la más importante de todas, de haber sido dueño de una infancia que, aunque suene un poco exagerado, encaminó mi destino de escritor.
La infancia, decía Cesare Pavese, es el tiempo mítico del hombre, lo que a cada uno corresponde de esa edad originaria en que todo nos llega y sucede por vez primera, el asombro de la luz en la inocencia, sentimientos y emociones que van a marcarnos de forma indeleble, el patrimonio de lo primigenio, la experiencia de lo primordial.
Fui un niño de posguerra y el lastre de ese tiempo histórico detalla en la memoria atmósferas y sucesos que la empañan, de manera que una infancia en esos años puede destilar un apego de tristeza y desolación, lo que tantas pérdidas suponen entre las familias y los vecindarios y, sin embargo, la geografía y el paisanaje de mi niñez no llegaban a enturbiarse del todo, supongo que porque la suerte de los afectos se sobreponía a la desgracia de tantas desdichas.
Decir que la infancia encaminó mi destino de escritor quiere expresar una curiosa suerte de reconocimiento, ya que en ella, en los años primerizos, mi necesidad de escribir para contar lo más ajeno a lo que a mi me sucedía, si es que en la niñez hay sucesos reseñables, me producía un efecto beneficioso, como si hacerlo con las mínimas habilidades de que pudiera disponer, supusiese una curiosa satisfacción.
Un niño escritor no me parece el ejemplo de nada particularmente valorable, si tal condición conlleva sin remedio el riesgo de aquel repelente niño Vicente, que en la deliciosa novela de Rafael Azcona hacía redacciones sobre la vituperable vida de las moscas.