Comenzamos con ilusión esta nueva semana de trabajo. Hoy es lunes y eso quiere decir que publicamos la solución de nuestro ¡Ponte a prueba!, el amable reto con el que acompañamos desde 2015 a quienes preparan la prueba de comentario de texto de las oposiciones de Lengua Castellana y Literatura.
Como decíamos el viernes pasado, el género discursivo del texto propuesto debe ser tenido en consideración por todos los opositores y muy especialmente por los madrileños, pues en la Comunidad de Madrid se han propuesto textos similares en los últimos años planteando preguntas relacionadas referidas a aspectos lingüísticos del mismo (coherencia y cohesión, perífrasis, sintaxis, etc.). Ha habido como siempre acertantes, que han mostrado su instinto de comentarista y su sentido común. Y así Lidia Parra González, Eva López Santuy y Sara Piélagos Martín aciertan al señalar el género discursivo y situar a su autor. Mari Ángeles Bermejo añade además el motivo del discurso con acierto. ¡Enhorabuena a todas ellas y ojalá que el día D tengan la misma suerte!
Y es que, efectivamente, se trataba del discurso “Vivir contando y contar viviendo” leído por Luis Mateo Díez (1942) al recibir el premio Cervantes hace unas semanas, el día 23 de abril de 2024 ante los Reyes de España, el presidente del Gobierno y la presidenta de la Comunidad de Madrid. Consideramos importante, por las razones dichas más arriba, echarle un ojo cada año a los discursos de aceptación del Cervantes y también a los discursos de ingreso que se puedan producir en la RAE por si esta tendencia se mantiene. No cuesta ningún trabajo y nos puede dar valiosa información el día D.
Y nada más por hoy. Mañana volveremos con nuestro artículo de los martes.
Saludos y ánimo. ¡A por la plaza!
Majestades,
Autoridades,
Amigas y amigos,
He tenido la suerte en mi vida, entre tantas otras como la que aquí me trae esta mañana, que es sin duda la más importante de todas, de haber sido dueño de una infancia que, aunque suene un poco exagerado, encaminó mi destino de escritor.
La infancia, decía Cesare Pavese, es el tiempo mítico del hombre, lo que a cada uno corresponde de esa edad originaria en que todo nos llega y sucede por vez primera, el asombro de la luz en la inocencia, sentimientos y emociones que van a marcarnos de forma indeleble, el patrimonio de lo primigenio, la experiencia de lo primordial.
Fui un niño de posguerra y el lastre de ese tiempo histórico detalla en la memoria atmósferas y sucesos que la empañan, de manera que una infancia en esos años puede destilar un apego de tristeza y desolación, lo que tantas pérdidas suponen entre las familias y los vecindarios y, sin embargo, la geografía y el paisanaje de mi niñez no llegaban a enturbiarse del todo, supongo que porque la suerte de los afectos se sobreponía a la desgracia de tantas desdichas.
Decir que la infancia encaminó mi destino de escritor quiere expresar una curiosa suerte de reconocimiento, ya que en ella, en los años primerizos, mi necesidad de escribir para contar lo más ajeno a lo que a mi me sucedía, si es que en la niñez hay sucesos reseñables, me producía un efecto beneficioso, como si hacerlo con las mínimas habilidades de que pudiera disponer, supusiese una curiosa satisfacción.
Un niño escritor no me parece el ejemplo de nada particularmente valorable, si tal condición conlleva sin remedio el riesgo de aquel repelente niño Vicente, que en la deliciosa novela de Rafael Azcona hacía redacciones sobre la vituperable vida de las moscas.