C0mo dije en la primera entrega de Mi vida (1), yo terminé mi carrera en 1990, en la Universidad Autónoma de Madrid. No había sido un buen estudiante. Mi actividad política había llenado demasiadas horas de mi vida y no había dedicado el tiempo suficiente para la lectura y el estudio. Salí de la universidad con un título bajo el brazo, notable de media, mil lagunas y cincuenta mil interrogantes.
Entonces, la vida me ofreció un caramelo envenenado que me haría retrasarme de mi objetivo tres años. Nada más acabar la carrera me ofrecieron un trabajo mal pagado y poco reconocido como monitor de comedor en el colegio en el que yo había estudiado. Y así, con medio enchufe, consagré mi talento durante tres años a obligar a los niños a comérselo todo y a dar algunas clases particulares y sustituciones dentro de ese mismo colegio. Al principio creí que todo aquello era una suerte. Antes de acabar la universidad ya tenía la oferta de trabajo. Menudo chollo. Pero algunos meses más tarde, todo fue cambiando. No me sentía a gusto. El colegio en el que yo había estudiado ya no era el mismo de los años setenta. Una nueva clase de padres y de profesores ocupaba ahora sus aulas. Seguí allí mi vocación política e ingresé en FETE-UGT. Fui elegido delegado sindical en el colegio. Pasaron algunos meses más y surgió un problema laboral con un monitor. La jefa de monitores, Carmen Carbonell, lo maltrató. Y yo, por defenderlo, acabé enfrentado a mi jefa y en una situación que hoy se llama mobbing y entonces se llamaba darte por culo o joderte la vida.
Pero un día primaveral, mediaba marzo de 1993, me crucé con un viejo maestro, precisamente de ese colegio, Jesús Felipe Martínez Sánchez, que como fue durante mi infancia (y sería por varias razones años después), se convirtió en alguien decisivo en mi vida. Jesús había sido maestro mío de Lengua y literatura en el Colegio Siglo XXI en los cursos de 5º y 7º de EGB, durante la época en que murió Franco. Su militancia comunista y su condena bajo el franquismo le habían impedido presentarse a las oposiciones de Secundaria y a pesar de ser una de las personas más cultas y leídas que yo he conocido en mi vida, yo y mis compañeros tuvimos la fortuna de que fuera nuestro maestro de EGB dos años, hasta que promulgada la amnistía, él, como viejo preso político, pudo presentarse a las oposiciones y aprobarlas. Entonces, corría setiembre de 1979, él desapareció de mi vida, hasta que aquella tarde de primavera de 1993, catorce años después, me reencontré con él bajando por la madrileña calle del Arenal. Le reconocí inmediatamente y nos saludamos cordialmente. La vieja chispa del cariño prendió instantáneamente. Me invitó a tomar unas cañas. Yo tenía tiempo, me había hecho mucha ilusión reencontrarme con él y acepté gustosamente.
Y ese día me hizo ver que yo podía sacarme las oposiciones. Recuerdo que yo le dije: “Uf, eso es muy difícil.” Eso es lo que yo creía sinceramente. Como ya he dicho en más de una ocasión, yo no había destacado en la universidad y suponía que mis compañeros de clase y otros tantos como ellos, más brillantes que yo, se llevarían las plazas que se ofertarían. ¿Cómo un mequetrefe como yo iba a sacarme toda una plaza de profesor de bachillerato? Pero entre caña y caña, él fue capaz de convencerme brindándome además su ayuda para supervisar los temas que yo fuera confeccionando.
Salieron las bases de la convocatoria y yo no entendí casi nada del sistema de acceso. Tal era mi confusión de entonces. Lo que sí me quedó claro es que el ejercicio consistiría simplemente en elegir un tema de entre cinco bolas (entonces el temario tenía 85 temas) y tras dos horas de encerrona, habría que dedicar 45 minutos a la exposición científica del mismo y 15 minutos a su aplicación pedagógica (una sencilla unidad didáctica) al curso que uno desease. Luego podía haber preguntas del tribunal. Así pues me pareció que no hacía falta estudiarse bien los temas, pues dispondría de dos horas para memorizarlos en la misma encerrona. Yo tenía mucha experiencia hablando en público y era bastante mejor que los políticos actuales pues era capaz de expresarme con soltura y seguridad con un sencillo guión. Así que confiaba en mis posibildades.
Orienté pues mi estudio a la elaboración de guiones. Tomaba los temas de CEN y miraba sus índices. Luego los iba resumiendo mientras incorporaba apuntes de clase y notas de libros que yo había empleado en la carrera. Y a partir de ahí esquematizaba dos o tres temas a la semana sin hacer repasos. Los fines de semana descansaba. No recuerdo que en aquella época eso supusiera un sacrificio. Yo trabajaba en el colegio de 12 a 15 horas más las clases particulares con lo que disponía de bastante tiempo. Sin muchos agobios, viendo a mi novia, a mis amigos y llevando mi equipo de fútbol, al llegar julio conseguí llevar 27 temas. No confiaba mucho en mis posibilidades, pero ¿por qué no probar?